¡Oh, Madre augusta de la Divina Providencia,
la más ilustre y santa,
la más accesible y tierna!
Colocamos en vuestro maternal corazón
nuestras tiernas oraciones
para que se inflamen con tus purísimas llamas:
Alcanzadnos, Señora,
que nuestra humilde confianza en esa sabia,
poderosa y vigente Providencia
adquiera en terreno tan precioso y fecundo
una belleza incorruptible, colores agradables,
aromas delicados, virtudes divinas
y un precio merecedor de eternos bienes,
de dicha feliz y perpetua, de inmortales honores.
Alcanzadnos de un tributo
tan adorable y excelso
que os hizo el brillante ornamento
de la naturaleza humana y la luz más pura
y esplendorosa del Empíreo,
todos aquellos bienes
así temporales como espirituales,
sin cuyo goce no podemos hacer tranquilamente
por este valle de lágrimas
nuestra peregrinación a la bienaventuranza.